Masca la Iguana Oaxaca: su infierno y su pensadora


Luis Fernando Paredes Porras

“Aprietas las nalgas y caminas como cuando  vas al baño rogando a Dios  no zurrarte en el camino” ese fue el consejo que escuché cuando alguien me dijo, “si quieres ser torero, comienza a caminar como ellos”. No quería ni quiero ser torero, ese fue el ejemplo para explicarme que la actitud es fundamental para la realización de una meta. Aprieta las nalgas y camina balanceándote despacio. Actitud.

Me acordé de ello reciente en la ciudad de Oaxaca capital, por donde por cierto los baños públicos están en el interior del kiosco, y no porque rogara a Dios llegar a tiempo al trono, sino porque una mujer me cautivó con su actitud. Ella, mujer enigmática, ella, la pensadora.

“A veces me siento y pienso, a veces no’más me siento” es el dicho que describe a la perfección lo que me sucede. Aunque en realidad puede ser una enorme mentira porque eso de dejar de pensar, lo que se dice pensar en nada o suspender todo acto cognitivo, no es que sea imposible, pero si está medio canijo.

Hace años, circulando en el interior de un camión urbano en la ciudad de Puebla, habiendo salido de un día de clases de la preparatoria,  mi amigo Mario Alberto Goya Martínez realizó una reflexión en voz alta que me marcó desde entonces. Ambos mirábamos por la ventanilla la vida pasar, de pronto el filósofo que llevamos dentro se manifestó en Mario y me dijo algo así: “¿ya te diste cuenta que muy pocas veces tenemos ideas nuevas y que casi siempre le estamos dando vueltas en la cabeza a las mismas pendejadas?”. 

Eso de las ideas nuevas en mi época le decíamos “ya te cayó o ya me cayó el veinte” Nuevas conexiones neuronales, sinapsis pura. Hoy las ciencias saben mucho del tema y después de casi 35 años, sigo dándole vueltas en mi cabeza a muchas de las mismas banalidades, tonterías, trampas de la mente  y otras nuevas que se suman a la colección para tener variedad.

Quieres ser “pensador” pues parécete a uno. Para parecer “pensador de altura” lo que se debe hacer es asumir una pose de que se está pensando. Una que no deje lugar a dudas de que en ese momento somos menos animales, al menos durante la pose. Y mi favorita es la clásica propuesta de Auguste Rodin, quien elaboró la escultura de un hombre desnudo, sentado sobre una roca, con los pies recogidos y en una postura a la vez de torsión y de desequilibrio; el hombre reflexiona apoyando la barbilla en el dorso de la mano derecha, descansando el codo sobre la pierna y el brazo izquierdo colgando, sobre la otra pierna.

En Oaxaca la mujer que me cautivó también miraba al infierno, porque Rodin se inspiró en el autor de la Divina Comedia, Dante Alighieri, a quien esculpió mirando desde las alturas los círculos del averno, contemplando los suplicios eternos de los condenados. Esta escultura se llamó al inicio “el poeta” refiriéndose a Dante que reflexionaba sobre su creación. En 1903 se reprodujo en grandes dimensiones, aproximadamente a 1.90 mts. a diferencia de la original de 70 cm. de altura creada en 1880. Con la ampliación, la obra adquirió un carácter universal, se desvinculó de su origen para formar parte de un referente mundial ubicado a cualquier tiempo, a cualquier lugar. Un hombre pensando que se diferencia dentro de su especie, de los brutos.

Pero mi mujer oaxaqueña es bella escultura viviente. Su piel arrugada por la pobreza y sus curias,  su rostro enmarcado por negras trenzas. Ella, al igual que Dante, mira el infierno y el suplicio de quienes habitan aquí y ahora en él, incluyéndola. Espera al cliente en el zócalo de Oaxaca, es vendedora ambulante que representa la lucha por la sobrevivencia en cualquier lugar del mundo y en cualquier época. Vende dulces, chicharrines, palanquetas, palomitas, cacahuates garapiñados y jarritos de barro que muestra sobre cajas de cartón y una reja de plástico. Su mirada es enigmática, no sé a ciencia cierta si está pensando, si está absorta en la nada o llora en silencio. Ella, la pensadora.


Me pregunta la iguana que si le compré algo y le respondo que no, que me dediqué a contemplarla y a grabar su imagen en el museo de mi pensamiento. La verdosa me reclama, me exige que vayamos a la Verde Antequera a buscarla porque quiere subírsele al hombro y formar parte de esa inmortal imagen. La desilusiono diciéndole que no tengo fecha para ir y que será casi imposible se repita el momento, pero que le aviso y mientras puede leer la Divina Comedia o pensar en su propio infierno en el apestoso arroyo Moctezuma de Tuxtepec, al que, por  cierto, me detengo a  mirarlo y a mirarla en una rama descansando mi humanidad sobre el barandal del puente, como el poeta a su obra, porque reconozco que esa contaminación es parte culpa mía, de esas veces que caminando como torero llego a tiempo para sentarme y pensar, aunque a veces, lo admito,  nada más me siento.

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