MIGRACIÓN EN MÉXICO: RETRATOS DE LA TRAGEDIA


Ciudad de México, 18 de diciembre.– Sobre ellos existen pocos datos. Se sabe de los que llegan, los cruzan la frontera entre México y Estados Unidos, los que mandan remesas y contabiliza el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). 
Pero sobre los que se quedan en el camino, atrapados entre las fauces de un país que los sepulta en fosas clandestinas, mutila, recluta, viola y asesina, poco se conoce.

Desde hace casi una década, un grupo de madres centroamericanas sale de sus países de origen a recorrer la Ruta del Migrante en México con la esperanza de encontrar a sus hijos, vivos o muertos. Este año viajaron en la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos alrededor de 40 mujeres de cuatro países: Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Durante su travesía se dieron cinco encuentros. 

Uno de ellos surgió gracias a que una mujer migrante reconoció su rostro en una de las decenas de fotografías que viajaron desde Centroamérica. Sin embargo, no todas tuvieron suerte y siguen en la búsqueda de sus hijos perdidos. Los que un día emigraron de sus países para conseguir un empleo digno en el país de los sueños, en la nación que paga en dólares, en la tierra prometida del “sueño americano”. 

“MAMAÍTA NOS VAMOS PARA COMPRARTE UNA CASITA” 

José Vinicio y Esteban Salvador Pérez Vázquez salieron de Guatemala un 21 de marzo de 2010 para emigrar a Estados Unidos y ya no regresaron. Se perdieron en tránsito por México y dejaron a Gabriela Vázquez, su madre, con las manos vacías y el recuerdo de aquella promesa: “mamaíta nos vamos a ir para ver si podemos lograr comprar una casita”. 

Gabriela está destrozada y cansada. Ha viajado por varios estados de la República, sin conseguir el éxito esperado. Dejó Guatemala, se colgó del cuello las dos fotografías de sus hijos de 30 y 20 años y se dispuso a viajar por México de la mano de su hijo menor. 

En Guatemala, José Vinicio y Esteban Salvador descargaban camiones de arena, trabajaban como ayudante de albañil y ayudante de camioneta para poder ganar unos cuantos quetzales. Pero los muchachos se cansaron de salarios miserables y de vivir en la pobreza y por eso, decidieron emigrar hacia Estados Unidos. 

“Como toda persona que quiere salir de la pobreza en que estamos, me dijeron ‘mamaíta nos vamos a ir para ver si podemos lograr comprar una casita’, porque no vivimos en lo propio, vivimos en los ajeno. Usted sabe que en lo ajeno si uno no tiene para pagar es discriminado por las personas, los dueños de la casa. Por eso ellos tomaron la decisión de salir”, dice Gabriela. 

La mujer asegura que sus hijos son buenos, humildes y no son criminales. Porque en su andar, escuchó que hay quienes consideran a los migrantes unos delincuentes. “Me duele cuando dicen que son unos criminales, cuando no lo son. Diosito lindo sabe que no es así, que mis hijos no son criminales, ellos emigraron para otras tierras por la necesidad, no porque vengan huyendo de algo”. 

Gabriela no volvió a saber nada de sus hijos desde 2010, cuando en una llamada, el mayor, José Vinicio, le dijo que ya estaban en la frontera. El hogar en Guatemala quedó más empobrecido que cuando se fueron. La madre de los jóvenes todavía debe el dinero que pagó al coyote para que cruzaran la frontera con México. Durante su paso por México, algunos migrantes le dijeron que vieron a los dos muchachos y la mujer alimenta la esperanza de que estén vivos. “Me dijeron ‘a estos muchachos los hemos visto, son muy humildes. 

Así son mis hijos, muy serios, muy humilditos”, dice. Gabriela presenció cinco encuentros de madres con sus vástagos desaparecidos y en cada una de esas historias con final feliz, busca el suyo. “Los hijos es lo más bello que uno tiene. Y pensar que pasan navidades sin ellos, lamentablemente solo me queda pedirle a Dios que me de paciencia, fuerza para vivir”.

“Nos vamos para ver si compramos una casita”, dijeron los desparecidos antes de partir a EU. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo


HONDURAS: “EL NARCO LO TIENE” 

Ana Enamorado vino a México por primera vez en la Caravana de Madres de Migrantes Desaparecidos de octubre de 2012 y ya no se regresó a Honduras, de donde es originaria. Se mudó al Distrito Federal con lo único que traía: unas cuantas ropas, objetos personales y un par de zapatos. 

Dejó todo lo que construyó durante su vida de 42 años y hoy, está dispuesta a morir por volver a ver a hijo único, Óscar Antonio López Enamorado, quien desapareció en Guadalajara, Jalisco en 2008. Aunque perdió contacto con su hijo de 17 años hace cinco, Ana sabe que fue reclutado por el crimen organizado por la fuerza. Óscar salió de Honduras huyendo de la violencia, la pobreza y problemas conyugales entre sus padres. 

El jovencito quería llegar a Estados Unidos, establecerse en un empleo y estudiar leyes. “Salió de allá porque no hay muchas oportunidades de empleo, la violencia es muy fuerte y él me dijo ‘me voy a ir a Estados Unidos, aquí está muy peligroso’, porque igual que aquí levantaban a los jóvenes, se los llevaban y los mataban. Me dijo ‘yo me voy para allá, allá terminaré mis estudios’, porque su meta era estudiar Derecho, pero no me lo dejaron que acabara su sueño”, dice Ana Enamorado. Óscar vivió un año en el país anglosajón. 

Durante ese tiempo se comunicó con su madre a través de mensajes de texto diariamente, pero un día, la comunicación se cortó. “Mi hijo llegó a Estados Unidos, estuvo un año viviendo allá, luego un día me llamó y me dijo que ya estaba en México, en Jalisco. Yo no entiendo a qué se vino, ni cómo llegó, me dijo que se había regresado con un amigo de Jalisco”, dice. Ana recuerda que el contacto de Óscar con ella se redujo poco a poco, hasta que un día ya no supo de él. 

“A los meses me llamó un tipo, me dijo que necesitaba dinero, porque mi hijo había chocado una camioneta. Entonces sé que se trata del crimen organizado, me extorsionaron. Pienso que me lo tenían trabajando, fue reclutado, se lo trajeron de Estados Unidos, quizás no a la fuerza, pero con engaños”, dice Ana. La madre de Óscar asegura que tiene información que consta en una denuncia que realizó ante las autoridades de Guadalajara desde principios de año. 

“Yo entregué mucha información a las autoridades de Guadalajara y no han hecho nada y eso me indigna. Las autoridades no hacen nada por nosotros, ni por los centroamericanos, ni mexicanos, ni nada. Yo sé que el crimen tiene a mi hijo y no digo que lo busco muerto, lo busco vivo, porque vivo se lo trajeron y me lo tienen que entregar”. 

Ana teme por su vida, pues asegura que sabe que en la búsqueda de su hijo, empeñó ya su seguridad y tranquilidad. Pero no le importa. El dolor de la ausencia de Óscar la tiene muerta en vida y las energías que le restan, sólo son para buscarlo. “Voy a buscar a mi hijo hasta el último día de mi vida. Doy mi vida con gusto. Yo sigo en esta lucha”.

“Voy a buscar a mi hijo hasta mi último día”, dice la madre de uno de los migrantes desaparecidos. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

NICARAGUA: “ESTARÁ EN UN HOSPITAL PSIQUIÁTRICO O EN LA CALLE” 

María Giselle González Márquez salió de Managua, Nicaragua, en 2005 con la intención de emigrar hacia Estados Unidos, sin embargo, el dinero que traía para pagar al coyote se le terminó y se quedó en el Distrito Federal a trabajar. 

Julia Márquez, su madre, habló por última vez con Giselle el 31 de diciembre de ese año y hasta hoy, su paradero es un misterio. La joven es madre soltera y salió de Managua para conseguir un empleo mejor remunerado y así sostener a su hijo que en ese momento tenía 14 años y deseaba estudiar. “Estuvo en Guatemala cuatro meses y luego cruzó a México y se vino al Distrito Federal. 

Aquí trabajó en casa de unas personas originarias de Israel. Hacía la limpieza, luego salió de ahí y estaba en otra casa. Lo único que sé, es que ella trabajaba en una casa pegada a donde vivía una actriz de una telenovela de ese entonces, Edith González”, dice Julia. Aunque Julia indica que ese trabajo fue el último que tuvo su hija, los giros de dinero que enviaba a través de un intermediario de nombre Óscar Raymundo Quiroz, se realizaron desde la ciudad de Toluca, DF y Culiacán, Sinaloa. 

“Ese hombre era el que llamaba y le pasaba el teléfono y también el que ponía el dinero que ella mandaba, iba a nombre de él porque ella estaba ilegal, me mandaba unos 80 dólares cada mes”, dice. Julia recuerda que su hija Giselle empezó a alejarse de su familia, a quien le llamaba frecuentemente, debido a que el hombre que depositaba los giros se lo prohibió. “Se iba a traer a uno de los hermanos, pero ese hombre le dijo que no. 

Él llamó a mi hijo y le dijo que la pasada era difícil, que era peligroso, que mejor se quedara allá, porque la muchacha se ponía muy nerviosa. Digo yo, que quizás le pudo dar una depresión, porque yo me imagino que ese Óscar le prohibió que hablara con su familia. Estará en un hospital psiquiátrico o andará en la calle”, dice. Hoy el hijo que Giselle dejó en Managua estudia Contabilidad y trabaja en una agencia aduanera en su país. “Él me dice ‘abuela ya no te preocupes tanto porque no la encuentras, te vas a enfermar’, pero sabe qué, no puedo rendirme. Necesito encontrar a mi hija para que estemos todos juntos de nuevo”.

“Quiero que estemos todos juntos”, dice la mamá de Giselle. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

EL SALVADOR: “LOS DÓLARES NO ESTÁN EN UN PALO” 

Hace once años Rafael Alberto Rolín Celaya les llamó a sus padres desde México y les dijo que estaba a punto de emprender un viaje para cruzar el país con destino a la frontera entre México y Estados Unidos con la ayuda de un coyote. El muchacho originario de El Salvador salió en busca de los dólares anglosajones y también, siguiendo a su novia que meses antes había emigrado hacia ese país con éxito. “Mi hijo salió porque no tenía empleo. 

Había encontrado uno muy mal pagado. Su novia tenía cinco meses fuera del país. Hay muchas razones por las cuales los migrantes, nuestra gente, nuestros hijos salen, de alguna manera obligados. Me dijo ‘me voy para reunirme allá con ella’, entre sus sueños estaba ayudarnos como familia, sentirse como una persona realizada”, dice Anita Celaya Galán, madre de Rafael. Antes de salir de El Salvador, Anita habló con su hijo. 

Le expuso los peligros que podía encontrar en Estados Unidos, pues estaba reciente el atentado del 11 de septiembre de 2001. Pero Anita nunca imaginó que el reto principal para el joven, sería cruzar varios estados de la República Mexicana, a salvo. “Yo le dije ‘no te vayas hijo, están matando a la gente, los están confundiendo con terroristas’, mi muchacho no me atendió, pudo más la necesidad de venirse. Estando en la casa del coyote yo le dije ‘hijo regrésate, de cualquier forma la vamos a pasar aquí en la casa, no nos vamos a morir de hambre’, pero mi hijo no me hizo caso”, recuerda Anita. La mirada de la mujer se humedece y prosigue: “creen que con llegar a Estados Unidos allá se cumple todo. Hay mucha gente que se decepciona al llegar y encontrar que los dólares no están en palo, que hay mucha discriminación y explotación”. 

Anita está segura de que Rafael no cruzó la frontera norte, porque otro de sus hijos vive en el estado de South Carolina. “Alguien llamó a mi otro hijo que vive en South Carolina y le dijo que tenían a su hermano. Le pedían 3 mil 500 dólares. Consiguió lo que pudo y les mandó mil 800 dólares, pero nunca pudimos encontrarlo”, dice. Desde entonces Anita no descansa. En su país participa activamente en una red de madres que buscan a sus hijos desaparecidos en México. 

“Para mí fue que ayer se fue mi muchacho. He dejado de llorar, hemos aprendido a caminar en este calvario con el amor de una madre. Hay una gran indignación por cómo están violando los derechos de nuestros hijos, eso nos hace a nosotros caminar. A mí me ha hecho trabajar mucho”, dice. La madre de Rafael dirige el Comité de Familiares Migrantes Desaparecidos de El Salvador desde 2006, a través del cual se han identificado 350 casos, de los cuales 180 están en manos de la Procuraduría General de la República (PGR). “Mandamos pruebas de ADN de 600 familiares a la PGR para poder compararlas con los restos de migrantes que están en las fosas. 

Yo no lo vi muerto y no puedo cruzarme de brazos ni desistir de su búsqueda”.

Madre de un de los migrantes desaparecidos en busca de su hijo. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo





Agencia: Sinembargo.mx

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