Reliquias del pasado


Por: Alan Díaz

El polvo se ha disipado, los gritos se oyen ya como ecos lejanos, los ánimos se han enfriado, y aunque parece que el evento de las elecciones federales quedará como una impresión permanente en la vida política del país como un fenómeno sin precedentes, ya pertenece como tal a los libros de historia.



Por lo que sin importar su orientación política y su grado de motivación con respecto a la siguiente administración, idealmente nuestro trabajo como profesionistas, y principalmente como ciudadanos de este país, es analizar cada movimiento hecho por las autoridades y juzgarlo razonablemente ya no como "la política de Obrador", sino por sus virtudes y defectos inherentes. Considero que movernos fuera de estas etiquetas políticas es un ejercicio complicado de realizar, aunque necesario; porque una victoria para nuestro presidente en principio es una victoria para todos nosotros, así que desearle el fracaso, aunque alguien lo pueda considerar su némesis ideológico, sería contraproducente.



El triunfo de Obrador ha sido una delicia en términos de disección para los analistas, en ella encontramos algunas dicotomías interesantes, pues además de albergar muchas esperanzas para muchos votantes, alberga dudas y escenarios inciertos. El discurso nacionalista, en convergencia con su historia de presunto izquierdismo ideológico a muchos los hace pensar en figuras como Lula, mientras que a otros les hace pensar en otras como Chávez o Evo Morales.



Su fama acumulada, sin siquiera empezar con su cargo oficial, puede posicionarlo en un escenario privilegiado como líder de una región del mundo que al momento se encuentra en un proceso de cuasi-fractura. Situaciones como el aparente abandono de Colombia de las alianzas regionales, el desprestigio de Maduro, la poca capacidad de proyección de Bolivia, la crisis tan severa en Argentina y la incertidumbre del futuro político de Brasil convergen en este momento histórico a forma de trampolín para que Obrador tome las riendas y pueda armar algo de valor con lo que queda.



Sin embargo, la otra dicotomía interesante presente en el movimiento del presidente electo parece prevenírselo, y es el enfrentamiento entre presente y pasado. Y no, ya ni siquiera hablo del hecho de que MORENA esté repleto de políticos antes considerados por el mismo Obrador como enemigos del pueblo o hasta exsalinistas -al mismo tiempo que dice comprometerse por una perspectiva nueva, fresca, que cambie el paradigma neoliberal- más bien me refiero a que por un lado su plataforma dice tener una visión nunca antes experimentada, al mismo tiempo que postula varias estrategias algo añejas.


Una de esas estrategias es el obstáculo de la que hablo, un viejo amigo que Obrador planea desempolvar y poner de nuevo en acción, y es su estrategia de política exterior de no intervención. Verán, como todos nos podemos imaginar, México no es un país ilustre por su historia de influencia en el escenario mundial; si bien muchos se congratularán de nuestra tradición diplomática por algunas buenas razones, es improbable que usted encuentre el nombre de México como un protagonista en los acontecimientos históricos mundiales.



Está bien, en los libros de texto aparecerán cosas como el telegrama Zimmerman, la Batalla de Puebla, la guerra estadounidense o el escuadrón 201. Pero notemos que la mayoría de estos eventos comparte algo en común, y es ya sea su naturaleza coyuntural y casi accidental, o en otros casos la marginalidad de su actuar; de cualquier forma podemos resumir esto en que pareciera que México no hace que cosas pasen, sino que simplemente le pasan cosas, acción-reacción, nunca proactividad, nunca planeación. Nos dejamos llevar por la corriente, claro, con algunos jalones de oreja de los estadounidenses de vez en cuando; pero damos la impresión de que, en este partido de fútbol que es el escenario internacional, nos gusta quedarnos en la banca, no nos agrada participar, mucho menos capitanear.



¿Suena patético? Porque francamente lo es, no hay vuelta de hoja. Hace ya 100 años se consolidó el inicio de lo que se convertiría en una maldición para nosotros: la doctrina de la no intervención. Comenzada por Carranza y seguida por Estrada, nos puso una cadena enorme al declarar al mundo que México no podía opinar ni actuar con respecto a ningún tema que involucrara el actuar de otro país si México no estaba directamente involucrado, ya que hacer tal cosa equivaldría a violar su soberanía y autodeterminación y ¿quién quiere que alguien ajeno le diga cómo gobernar su propia casa? No, cada quien sabía cómo conducir su país y nadie tenía derecho a regir ni opinar sobre casas ajenas.



Aunque se han invocado argumentos de tipo moral para defender esta condición, es claro que la preocupación de México era una práctica, "si nadie me nota, nadie me hará nada", ¿no? Si yo no me meto con nadie, nadie se mete conmigo.


Históricamente es comprensible, porque a su nacimiento México no estaba en posición para retar a las grandes potencias, su tarea era consolidarse y hacer amigos; una nación tan débil sería aplastada si se pone altiva con alguien superior. Y si nos remontamos a hace más de 50 años podríamos comprender nuestra posición entonces, al final del día una declaración mal hecha podía hacernos enemigos a muerte de ya sea los soviéticos o los aliados; necesitábamos amigos para intercambiar, por lo que era mejor quedarse callados y no meterse en lo que no nos llamaban, o hasta en lo que sí nos llamaban, no queríamos ser vistos como "inoportunos".



Pero todo eso ya se terminó, ni nuestra soberanía nacional está en una situación de tanta precariedad como para moverse en cámara lenta, ni estamos ya en la Guerra Fría. El mundo de hoy no sólo nos impulsa a interactuar, prácticamente nos obliga a ello. Como ejemplo, México pertenece a numerosas organizaciones internacionales, con lo que al menos en la práctica ha ido abandonando sus malos hábitos; pero si viramos en 180 grados ¿qué imagen daremos? Si estamos en el Consejo de Seguridad de la ONU y debemos opinar y votar, ¿qué diremos?, ¿"bueno, el asunto es que no puedo inmiscuirme en asuntos de otros países así que me abstendré"?, ¿entonces cuál es el punto de estar presente en todas estas organizaciones?



La posición ya cantada por Obrador de alejarse del mundo en aspiración a no "violar la soberanía de otros países" y que "la mejor política exterior es la interior" no sólo es anticuada, es totalmente ridícula, un oximorón donde se plantea que la mejor política exterior es no tener política exterior. Es vital que nuestro presidente electo se replantee su estrategia en esta ocasión, porque, por más bello que sea el pasado, anacronismos como estos pertenecen en un libro de historia o en un museo, no en Los Pinos.

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